El pasado 28 de mayo, España atravesó por el que quizás es, hasta ahora —y muy probablemente lo seguirá siendo durante un par de años por venir— uno de sus más importantes procesos electorales a nivel nacional, por lo menos en lo que va de la última década del siglo XXI. Para la totalidad de los partidos y de los movimientos políticos que se identifican a sí mismos como parte constitutiva del espacio ideológico de las izquierdas, sobre todo, esta afirmación es particularmente cierta en un sentido que, a la breve, pero sustancial, distancia que hoy media entre el presente y aquel momento es ya incuestionable: los resultados obtenidos por las izquierdas en los comicios del 28M suponen, desde donde se los aprecie, una de las derrotas más desastrosas para el espacio político de la izquierda española, en particular; y de la europea continental, en general; desde los años de la Gran Recesión (2008) que lo vino a cambiar todo en Occidente.
O por lo menos así parece ser entendida la coyuntura entre las filas de las que hoy por hoy son las tres principales fuerzas políticas representativas de ese espectro en la política nacional española (el PSOE, PODEMOS y SUMAR), cuyos perfiles más notorios en el terreno de la discusión pública (sus dirigencias políticas, pero también sus intelectuales), apenas pasados los comicios, ni tardaron en reconocer su propio fracaso (singular y colectivo) ni, mucho menos, escatimaron esfuerzos en la tarea de ofrecerle a sus respectivos electorados algún tipo de explicación que, convincentemente, diese cuenta de los factores exógenos que les habían llevado a experimentar una derrota de tales proporciones; según su narrativa, no por previsible menos devastadora.
Las preguntas que se imponen en el presente, por eso, no redundan tanto en descubrir si lo acontecido el 28M fue, en efecto o no, una derrota para el conjunto de las izquierdas y una victoria para las derechas (desde sus versiones más tradicionalmente céntricas hasta las más extremas) o, en una línea de ideas similar, en esclarecer la magnitud de lo que se perdió para ellas y para sus bases sociales de apoyo con la derrota electoral, pues ambas valoraciones, desde la fecha en la que se celebraron las votaciones hasta hoy, parecen ya haber alcanzado un nivel de consenso relativamente homogéneo entre socialistas, podemistas y sumacistas, más allá de que entre sí aún difieran tanto de los grados de responsabilidad que le correspondería cargar sobre sus espaldas a cada fuerza como del tamaño de la afectación que cada una de ellas experimentará en lo sucesivo.
Sigue leyendo

