La excepción colombiana

A estas alturas de mayo del 2021, cuando las protestas sociales en Colombia han demostrado su consistencia y la respuesta del gobierno en turno ha dado muestras, a su vez, de la brutalidad a la cual puede escalar —aún más— la represión de la sociedad civil movilizada, es ya un sentido común reconocer que aquello comenzó hacia finales de abril cuando el presidente Iván Duque, digno personero de la derecha neoliberal nacional y regional, pretendió hacer frente a la crisis económica por la que atraviesa el país promoviendo en el congreso una serie de reformas que, de aprobarse, no tendrían mayores resultados que profundizar las condiciones de explotación y de empobrecimiento de las clases trabajadoras. La más importante de esas propuestas legales era, por supuesto, la de carácter fiscal, destinada a incrementar la recaudación de impuestos directos en productos de consumo masivo que resultan vitales para la cotidianidad de las clases medias y los sectores populares por debajo de la línea de bienestar. Sin embargo, otras tantas iniciativas no eran de menor importancia, como es el caso de la que tenía por objeto reformar al sistema de salud.

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Violencias de género e indolencia política

De las múltiples y diversas lecciones éticas y políticas que las mujeres movilizadas por América le han dado a las sociedades de la región, aquella que tiene que ver con reconocerle peso, legitimidad y validez a su voz —individual y colectiva— es, quizá, la que en estos tiempos se erige a sí misma como el eje que articula a la totalidad de la lucha que sostienen por emanciparse de un sistema que históricamente les ha oprimido con base en sentidos comunes que a lo largo del tiempo normalizaron y naturalizaron relaciones sociales que definitivamente no tienen nada de naturales. Y lo cierto es que hay una motivación poderosísima detrás de esa centralidad sobre la voz de la mujer: ninguna emancipación es posible si, en primer lugar, los y las oprimidas no tienen la posibilidad de participar del debate público (esto es: si no tienen voz en absoluto); y, en seguida, si, a pesar de contar con esa posibilidad y con relativas facilidades para ser escuchadas, las colectividades oprimidas son sistemáticamente descalificadas y anuladas en su rol político, desconociendo la legitimidad y la veracidad de sus afirmaciones, así como la demanda de justicia detrás de ellas.

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