El pasado 19 de marzo del 2025, con la presentación conjunta del Libro Blanco sobre la preparación para la defensa europea–Preparación para 2030 y del Plan ReArm Europe/Readiness 2030, por parte de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y de la actual alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, el bloque comunitario por fin comenzó a darle forma y contenido programáticos a una serie de preocupaciones sobre múltiples y muy diversos temas (aunque todos ellos gravitando alrededor de nociones como crisis, disuasión, defensa y seguridad) que de hecho ya habían sido señalados como problemas prioritarios para el futuro de la Unión desde octubre de 2024, cuando Sauli Niinistö, antiguo presidente de la República de Finlandia y hoy asesor especial de la presidenta de la Comisión, hizo público un extenso informe en el que puso de manifiesto los que, a su consideración, serían los principales desafíos existenciales de la Unión y, al mismo tiempo, adelanta, a amanera de recomendaciones, las que podrían ser las más importantes medidas que el bloque regional podría tomar en el corto plazo para aminorar las incertidumbres a las que se enfrentaría a mediano y largo plazos.
Desde entonces, el tema que quizá más atención ha acaparado en la agenda pública y de los medios de comunicación en el viejo continente (pero no sólo) es aquel que tiene que ver con lo que significa ahora mismo, pero también lo que implicaría en los años por venir, el que Europa (precisamente el continente en el que se libraron dos de las más devastadoras guerras en su sentido moderno, a principios del siglo XX) opte por volver a fomentar sistemáticamente el rearme de la mayor parte de sus Estados. Más aún si se toma en cuenta que, en el pasado, siempre que los Estados europeos —pequeños y grandes potencias por igual— tomaron ese mismo camino, inevitablemente una conflagración general se desató y azoló a la mayor parte de la región, con saldos humanos elevadísimos y, como no podía ser de otro modo, con consecuencias a menudo onerosas para muchas otras poblaciones alrededor del mundo (lo mismo por haber sido arrastradas a la guerra en virtud de los nexos coloniales e imperiales que les ataban a uno o más Estados europeos que por los efectos que la guerra en y por sí misma fue capaz de introducir en el seno y la dinámica propia de las relaciones internacionales).
Muchas han sido ya, pues, las cosas que se han dicho y escrito a propósito de esta temática a lo largo de las últimas dos semanas. Sin embargo, a pesar de lo numerosas que ya empiezan a ser las reflexiones públicas que se han hecho acerca de las causas a las que responde el rearme de Europa y, por supuesto, sobre las posibles consecuencias que esta dinámica podría acarrear consigo tanto para el continente como para el resto del mundo, el tono general de la conversación (por lo menos a ambos lados del Atlántico), tanto entre círculos intelectuales de izquierda como de derecha, ha tendido a presentarse bajo el dominio de tres valoraciones compartidas que, sin estar equivocadas en sus pretensiones, no terminan de exponer en toda su complejidad muchas de las líneas de tensión que atraviesan al problema del inminente rearme europeo y que, precisamente porque los acontecimientos se están desarrollando en tiempo real, aún resultan difíciles de asir y de transparentar intelectual y políticamente.
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