El desafío de recuperar la Capital para la izquierda en 2024

Con el arranque formal del proceso electoral federal 2023-2024, el pasado 7 de septiembre, el pueblo de México se enfrentará a una de las jornadas comiciales más grandes en la historia reciente del país. Y es que, a mediados del año próximo, cuando se celebren las votaciones, entre los más de 20,000 cargos de elección popular que se estarán renovando se hallan, por supuesto, la presidencia de la República, pero también ambas Cámaras del Congreso de la Unión (128 senadurías y 500 diputaciones), prácticamente la totalidad de los congresos locales (31 de 32, pues Coahuila acaba de renovarlo este año) así como nueve gubernaturas (Ciudad de México, Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán), de las cuales cinco cuentan, actualmente, con titulares del poder ejecutivo local emanados y emanadas de las filas de MORENA, el partido del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.

Para la ciudadanía convocada a participar de estos comicios y, sobre todo, para el proyecto de transformación emanado del obradorismo, por lo tanto, lo que está en juego no es menor. De los resultados que se obtengan en los diferentes niveles de gobiernos y en los distintos poderes federales y locales dependerá que el progresismo de izquierda en el país no sólo tenga continuidad transexenal sino, asimismo, que se tenga la posibilidad tanto de profundizar en aquello que la administración de Andrés Manuel cimentó sólidamente, y de avanzar en todas aquellas agendas que quedaron pendientes. Y es que si bien es cierto que las posibilidades de éxito en la contienda presidencial (a cargo de Claudia Sheinbaum) son altas (las suficientes como para pensar que dicho cargo no está en riesgo), en relación con la composición de los congresos locales y federal, así como en lo relativo a las gubernaturas locales ni ese nivel de confianza ni las capacidades políticas para garantizar un éxito idéntico al de la presidencia son similares.

En particular, sobre todo, tener plena conciencia de que las capacidades y la fortaleza territorial del obradorismo y de MORENA en las entidades no son las mismas con las que se cuenta para la disputa electoral por la presidencia de México es importante porque, de no prestarle atención, se estaría corriendo el riesgo de que se replique, en una escala y proporciones mayores, lo que sucedió en los comicios federales intermedios de 2021 en entidades como la Ciudad de México y en los resultados obtenidos por el partido en la renovación de la Cámara de Diputados y de Diputadas. Situaciones, ambas, en las que el obradorismo y el proyecto ampliado de la Cuarta Transformación perdieron posiciones de poder que resultaban importantísimas para seguir haciendo avanzar la agenda social del gobierno federal hacia la segunda mitad del sexenio. En el primer caso porque, aunque desde hacía por lo menos tres décadas la Ciudad de México había sido un bastión político e ideológico indiscutible de la izquierda más progresista del país en entornos urbanos, en 2021 casi la mitad de sus alcaldías viraron electoralmente hacia el extremo más conservador de la derecha partidista local y nacional. Y, en el segundo, porque a partir del 2021 los grupos parlamentarios de base del obradorismo (MORENA, Partido del Trabajo y Partido Verde) tuvieron muchas mayores dificultades para conseguir mayorías legislativas en la Cámara Baja al haber perdido curules, aquí también, ante la opción más conservadora del espectro político-ideológico: el Partido Acción Nacional.

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Marcelo Ebrard y la ruptura del Movimiento de Regeneración Nacional

En una conferencia de prensa, el pasado miércoles 16 de agosto, Marcelo Ebrard Casaubón se atrevió a hacer lo que desde hace varios años ya venía haciendo (forzar una ruptura interna dentro de MORENA, de cara a los comicios del 2024), pero esta vez sin recurrir a eufemismos, a frases oscuras y a acusaciones ambiguas o gestos simbólicos susceptibles de ser interpretados como todo y nada al mismo tiempo. Y aunque el motivo de tal acto aún no queda del todo claro (pues no se sabe con certeza si fue por creer que va ganando y que está en riesgo de que le arrebaten su legítima victoria o si, por lo contrario, fue porque en realidad sabe que va perdiendo y teme no llegar a mostrarse lo competitivo que él mismo cree que es) dos cosas sí son claras. En primer lugar, sus ataques no exculparon a nadie dentro de la 4T, y ello podría traducirse, en caso de convertirse en presidente de México el próximo año, en un factor de ingobernabilidad difícil de contener en funciones; y, en segunda instancia, de ese acto (que se sintió más bien como un grito de desesperación) no hay vuelta atrás para Marcelo y la relación que éste tendrá con el Movimiento de Regeneración Nacional (sea electo o no titular del poder ejecutivo federal).

Y es que, en efecto, las acusaciones que hizo acerca de personalidades y de instituciones muy concretas, en el sentido de que éstas estarían operando de manera ilegitima, desleal y hasta ilegal para beneficiar a la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum por encima de la suya, en el fondo no fueron acusaciones dirigidas única y exclusivamente en contra de esos objetivos específicos (gobernadores y gobernadoras de algunas entidades de la República, acusados de acarreo; así como secretarios y secretarias de Estado, señalados de proselitismo electoral vía programas sociales federales) sino que, más importante que ello aún, fueron acusaciones serias sobre la naturaleza misma del proyecto político en el cual él mismo participa desde diciembre de 2018.

De tal calado fueron los dichos y los hechos de Ebrard en contra del proceso de selección interna de MORENA de la persona que se convertirá en candidata a la presidencia de México en 2024 que, en los hechos, además de sentirse mucho más graves y serias que cualquiera de las críticas que hasta el momento le han hecho a las internas de MORENA desde las filas del Frente Opositor, en cierto sentido coadyuvaron a instaurar entre una porción del electorado nacional la imagen y la idea de que, en la práctica y en lo ideológico, el proceso electoral en curso, dentro y fuera del partido fundado por López Obrador, no se diferencia en mucho (o en nada) de lo que durante décadas se denunció en el seno del régimen posrevolucionario dominado por el priísmo: grandes operaciones de Estado para encubrir, destapar y cargar política y electoralmente en favor de una sucesión presidencial planificada, siempre con la venia del presidente en turno y con la connivencia de las gubernaturas locales y las presidencias municipales.

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Más que los libros, la nueva escuela mexicana III/III

¿En qué medida las modificaciones hechas a los libros de texto gratuitos responden a los múltiples y diversos desafíos que se presentan en el mundo del siglo XXI?

En el debate público actual sobre los nuevos libros de texto gratuitos de la Secretaria de Educación Pública Federal, la mayor parte de las criticas esgrimidas por parte de la oposición al obradorismo giran alrededor de un argumento que es, en y por sí mismo, erróneo: la creencia de que todo proceso de enseñanza-aprendizaje, en particular; y todo sistema de educación público de alcances nacionales, en general; se basan exclusivamente o en su mayor parte en los contenidos de los libros y los materiales didácticos que se empleen en la impartición de clases. Y es que, cualquier persona que cuente con un mínimo de experiencia profesional en actividades pedagógicas o que, por lo menos, conozca acerca de los problemas de la enseñanza en cualquier país, sin embargo, sabrá que los libros son sólo una herramienta de apoyo y, a menudo, ni siquiera la principal dentro de una multiplicidad y una variedad recursos a disposición de la propia práctica pedagógica.

De hecho, sólo en la lógica de operación de un modelo educativo profundamente individualista, centrado en la memorización de la información y en la potencialización del desempeño basado en la obtención de calificaciones por materia o asignatura aislada, una comprensión tal de los libros de texto gratuitos hace sentido. Pero no lo hace en cualquier otro modelo, como el que actualmente se impulsa a través de la Nueva Escuela Mexicana, en el que lo más importante no son el desempeño groseramente individualizante ni la memorización y la consiguiente evaluación numérica del desempeño del o la estudiante, sino que, antes bien, lo son la posibilidad de que niños, niñas y adolescentes, por un lado, comprendan, que todo proceso educativo es inherentemente colectivo (comunitario), como lo es cualquier tipo de participación política significativa por parte de la ciudadanía; y, por el otro, aprendan  que el saber que no se traduce en un saber hacer cambios y transformaciones sociales orientados a construir mundos mucho más libres, más democráticos, más igualitarios y socialmente justos es pura y abstracta erudición enciclopédica (un saber que no sabe hacer).

Y no hace sentido tal concepción de la educación pública nacional por la sencilla razón de que, en este tipo de modelos educativos organizados en la experiencia comunitaria de la enseñanza y del aprendizaje, y sustentados en el compromiso de privilegiar la apropiación social del conocimiento para saber hacer con lo aprendido intervenciones políticas, culturales, económicas, etc., tendientes a mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan determinada comunidad, se comprende que la pedagogía dentro de las aulas es, al mismo tiempo, una pedagogía política, formadora de ciudadanía involucrada y comprometida con su entorno de vida más inmediato, y no, por lo contrario, un mero trámite escolar que enseña a las educandas y a los educandos a vomitar información en pruebas escritas de aprovechamiento (sin que bien a bien sepan que hacer en su vida cotidiana con ese conocimiento) o, en su defecto, un paso previo inevitable en la formación de masas trabajadoras desentendidas por completo de los problemas de vivir en colectividad.

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