A pesar de que los tiempos en los que vivió y desarrolló el grueso de su actividad intelectual fueron los de la liberación sexual en Occidente, en general; y en Francia, en particular; Michel Foucault se negó sistemáticamente a que el público de sus obras (lo mismo adeptos que detractores) hiciese una analogía entre las problematizaciones por él plasmadas en su obra y su propia vida privada. Entre los principales motivos que llevaron a Foucault a oponerse tan sistemáticamente a que las personas que se acercaban a su obra buscasen las respuestas que en ella daba a partir de lo que sucedía en su experiencia de vida, se halla, por supuesto, el hecho de que, a pesar del clima que imperaba en la Francia de la segunda mitad del siglo XX, las identidades sexuales no heteronormadas seguían constituyendo una rareza o perturbación de la naturaleza humana que no resultaba sencillo aceptar, mucho menos asimilar.
Es en esa línea de ideas, por ejemplo, que Foucault siempre eludió y rechazó dar explicaciones sobre su historia de la sexualidad poniendo en el centro de sus reflexiones lo que él mismo había tenido que vivir o sufrir a partir del reconocimiento de su homosexualidad, que si bien era dada por evidente dentro de ciertos círculos de intelectuales y en algunos sectores de la opinión pública, Foucault se encargó de desligarla de todo aquello que a lo largo de su vida había dicho sobre la sexualidad en las sociedades occidentales industriales de la posguerra. Hasta cierto punto, de hecho, esa postura no era específica de sus investigaciones sobre ese tema, de cara a su atracción sexoafectiva por hombres: si por algo es famoso Foucault, incluso en los tiempos que corren en el presente, es por esa costosísima frase que plasmo en su obra, Las palabras y las cosas, sobre la muerte del hombre, y por lo tanto, sobre la muerte del sujeto.
Dicho texto, no debe de pasarse por alto, figura entre las obras estrictamente estructuralistas de Michel Foucault (por mucho que con posterioridad a su publicación él mismo negase ser estructuralista o haber empleado jamás cualquier categoría derivada de estructura). Militando con firmeza dentro de los círculos estructuralistas franceses, entonces, que Foucault declarase la muerte del hombre (entendido en su acepción no sexogenérica) y, por extensión, la muerte del sujeto, hacía sentido en la medida en que eran las estructuras las que determinaban las funciones de los actores que llevaban a cabo su cotidianidad dentro de ellas. Tal negación del sujeto, además, se revestía cierta utilidad epistemológica dentro de su obra, que era, precisamente, el apelar a la muerte del autor o a su inexistencia con la pretensión de que la obra fuese valorada por sí misma, sin apelar a argumentos ad-hominem para aceptarla o rechazarla (como cuando se atacaba la sexualidad de Foucault para emitir juicios sobre sus problematizaciones acerca de la sexualidad moderna).
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