¿En qué medida las modificaciones hechas a los libros de texto gratuitos responden a los múltiples y diversos desafíos que se presentan en el mundo del siglo XXI?
En el debate público actual sobre los nuevos libros de texto gratuitos de la Secretaria de Educación Pública Federal, la mayor parte de las criticas esgrimidas por parte de la oposición al obradorismo giran alrededor de un argumento que es, en y por sí mismo, erróneo: la creencia de que todo proceso de enseñanza-aprendizaje, en particular; y todo sistema de educación público de alcances nacionales, en general; se basan exclusivamente o en su mayor parte en los contenidos de los libros y los materiales didácticos que se empleen en la impartición de clases. Y es que, cualquier persona que cuente con un mínimo de experiencia profesional en actividades pedagógicas o que, por lo menos, conozca acerca de los problemas de la enseñanza en cualquier país, sin embargo, sabrá que los libros son sólo una herramienta de apoyo y, a menudo, ni siquiera la principal dentro de una multiplicidad y una variedad recursos a disposición de la propia práctica pedagógica.
De hecho, sólo en la lógica de operación de un modelo educativo profundamente individualista, centrado en la memorización de la información y en la potencialización del desempeño basado en la obtención de calificaciones por materia o asignatura aislada, una comprensión tal de los libros de texto gratuitos hace sentido. Pero no lo hace en cualquier otro modelo, como el que actualmente se impulsa a través de la Nueva Escuela Mexicana, en el que lo más importante no son el desempeño groseramente individualizante ni la memorización y la consiguiente evaluación numérica del desempeño del o la estudiante, sino que, antes bien, lo son la posibilidad de que niños, niñas y adolescentes, por un lado, comprendan, que todo proceso educativo es inherentemente colectivo (comunitario), como lo es cualquier tipo de participación política significativa por parte de la ciudadanía; y, por el otro, aprendan que el saber que no se traduce en un saber hacer cambios y transformaciones sociales orientados a construir mundos mucho más libres, más democráticos, más igualitarios y socialmente justos es pura y abstracta erudición enciclopédica (un saber que no sabe hacer).
Y no hace sentido tal concepción de la educación pública nacional por la sencilla razón de que, en este tipo de modelos educativos organizados en la experiencia comunitaria de la enseñanza y del aprendizaje, y sustentados en el compromiso de privilegiar la apropiación social del conocimiento para saber hacer con lo aprendido intervenciones políticas, culturales, económicas, etc., tendientes a mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan determinada comunidad, se comprende que la pedagogía dentro de las aulas es, al mismo tiempo, una pedagogía política, formadora de ciudadanía involucrada y comprometida con su entorno de vida más inmediato, y no, por lo contrario, un mero trámite escolar que enseña a las educandas y a los educandos a vomitar información en pruebas escritas de aprovechamiento (sin que bien a bien sepan que hacer en su vida cotidiana con ese conocimiento) o, en su defecto, un paso previo inevitable en la formación de masas trabajadoras desentendidas por completo de los problemas de vivir en colectividad.
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