Más que los libros, la nueva escuela mexicana III/III

¿En qué medida las modificaciones hechas a los libros de texto gratuitos responden a los múltiples y diversos desafíos que se presentan en el mundo del siglo XXI?

En el debate público actual sobre los nuevos libros de texto gratuitos de la Secretaria de Educación Pública Federal, la mayor parte de las criticas esgrimidas por parte de la oposición al obradorismo giran alrededor de un argumento que es, en y por sí mismo, erróneo: la creencia de que todo proceso de enseñanza-aprendizaje, en particular; y todo sistema de educación público de alcances nacionales, en general; se basan exclusivamente o en su mayor parte en los contenidos de los libros y los materiales didácticos que se empleen en la impartición de clases. Y es que, cualquier persona que cuente con un mínimo de experiencia profesional en actividades pedagógicas o que, por lo menos, conozca acerca de los problemas de la enseñanza en cualquier país, sin embargo, sabrá que los libros son sólo una herramienta de apoyo y, a menudo, ni siquiera la principal dentro de una multiplicidad y una variedad recursos a disposición de la propia práctica pedagógica.

De hecho, sólo en la lógica de operación de un modelo educativo profundamente individualista, centrado en la memorización de la información y en la potencialización del desempeño basado en la obtención de calificaciones por materia o asignatura aislada, una comprensión tal de los libros de texto gratuitos hace sentido. Pero no lo hace en cualquier otro modelo, como el que actualmente se impulsa a través de la Nueva Escuela Mexicana, en el que lo más importante no son el desempeño groseramente individualizante ni la memorización y la consiguiente evaluación numérica del desempeño del o la estudiante, sino que, antes bien, lo son la posibilidad de que niños, niñas y adolescentes, por un lado, comprendan, que todo proceso educativo es inherentemente colectivo (comunitario), como lo es cualquier tipo de participación política significativa por parte de la ciudadanía; y, por el otro, aprendan  que el saber que no se traduce en un saber hacer cambios y transformaciones sociales orientados a construir mundos mucho más libres, más democráticos, más igualitarios y socialmente justos es pura y abstracta erudición enciclopédica (un saber que no sabe hacer).

Y no hace sentido tal concepción de la educación pública nacional por la sencilla razón de que, en este tipo de modelos educativos organizados en la experiencia comunitaria de la enseñanza y del aprendizaje, y sustentados en el compromiso de privilegiar la apropiación social del conocimiento para saber hacer con lo aprendido intervenciones políticas, culturales, económicas, etc., tendientes a mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan determinada comunidad, se comprende que la pedagogía dentro de las aulas es, al mismo tiempo, una pedagogía política, formadora de ciudadanía involucrada y comprometida con su entorno de vida más inmediato, y no, por lo contrario, un mero trámite escolar que enseña a las educandas y a los educandos a vomitar información en pruebas escritas de aprovechamiento (sin que bien a bien sepan que hacer en su vida cotidiana con ese conocimiento) o, en su defecto, un paso previo inevitable en la formación de masas trabajadoras desentendidas por completo de los problemas de vivir en colectividad.

Ahora bien, dicho lo anterior, es claro que, en este debate, las críticas hechas a los nuevos libros de la SEP por cámaras empresariales de la industria editorial o por empresarios como Ricardo Salinas Pliego (y sus lacayos en televisión), cuyas motivaciones se hallan más en el plano de la disputa política por los negocios que han perdido (como la impresión de los libros) o en el de la resistencia a pagar los impuestos que le deben al erario desde hace años, poco o nada tienen que ver con los contenidos de los materiales que la SEP preparó para el nuevo ciclo escolar. En una clave de análisis similar, además, se pueden y deben leer las otras muchas críticas que se han lanzado al debate público provenientes de sectores y de actores políticos cuya finalidad es más bien golpear a López Obrador, al obradorismo y a la 4T por sus diferencias ideológicas y no, por lo contrario, abonar a la construcción de unos mejores libros de texto gratuitos. Ahí entran la Suprema Corte de Justicia de la Nación, todos los partidos de oposición a MORENA (con todo y sus gobiernos locales) algunos sindicatos, una parte nada despreciable de Asociaciones Civiles a sueldo de grandes corporaciones nacionales y transnacionales y, por supuesto, la Unión Nacional de Padres de Familia.

Sin embargo, haciendo a un lado esas falsas críticas y el estudio de sus motivaciones reales, ¿qué sí vale la pena aclarar respecto del modelo educativo que ofrecen los nuevos libros de la SEP y los contenidos temáticos que lo sostienen? Sin entrar mucho en detalles, al parecer, para quienes seriamente se oponen a la distribución de estos libros por los contenidos que tienen dentro de sí (o por la ausencia de ellos) tres son los problemas fundamentales. A saber: i) que ninguna materia tiene su propio libro, pues todas las asignaturas están revueltas en todos los libros; ii) que se han eliminado, total o parcialmente, materias (acusación mayormente centrada en matemáticas) y, iii) que en algunas materias, el gobierno ha ideologizado y/o politizado sus contenidos (esto se ha dicho, sobre todo, de los temas de historia de México y de los relativos a la sexualidad y el género).

¿Qué tanto, no obstante, tienen de ciertas estás acusaciones? Comenzando por la primera de ellas (quizá la que más ha dado de qué hablar y sobre la que han insistido más las críticas adversas a que los nuevos libros de la SEP lleguen a manos de niños, niñas y adolescentes a partir de este agosto) probablemente lo que no se termina de comprender es que los modelos pedagógico y epistemológico a partir de los cuales fueron construidos los libros de texto gratuitos no son más los de la enseñanza y el aprendizaje disciplinar sino que, antes bien, son los de su superación crítica; esto es: los de la interdisciplinariedad.

Esto, en los hechos, significa algo muy sencillo de comprender: históricamente, desde hace por lo menos casi dos siglos y medio, la división del conocimiento humano en disciplinas o campos de estudio aislados, especializados y excluyentes entre sí se enseñó, en las instituciones educativas de todo el mundo (y de México, en particular), a través de un modelo multidisciplinar en el que diversos contenidos temáticos de distintas disciplinas (lengua, matemáticas, historia, geografía, etc.) eran transmitidos a los educandos y las educandas sin que, en el proceso, se les enseñase a poner en diálogo lo que aprendían en una asignatura con lo que aprendían en las demás. Y es que la idea de fondo en este modelo, después de todo, no era otra que la de forzar entre las y los estudiantes la memorización de temas específicos de cada materia como si estos fuesen una suerte de piso mínimo del conocimiento que dada uno y cada una de ellas debía de tener respecto de cada asignatura (y, en última instancia, para aprobar pruebas de aprovechamiento, que casi siempre son evaluaciones del grado de memorización que tienen las y los estudiantes). Así pues, con el paso del tiempo, nunca quedaba claro qué tenía que ver lo que se aprendía en geografía con lo que se aprendía en español, pues el mundo de la geografía, se suponía, era esencialmente distinto del mundo del español.

Aprender y enseñar de esta forma siempre fue el equivalente a creer que el mundo que experimentan las personas está dividido como en una suerte de rebanadas, cada una de ellas independiente de las demás y con una lógica de funcionamiento y de intelección propia. Por eso se creía, por ejemplo, que si el problema a solucionar era el del cambio climático y la degradación medioambiental, esa era una tarea que se debía enseñar y aprender en ciencias naturales y no en todas las demás disciplinas que se estudian en educación básica.



Lo que hacen los libros de texto gratuitos nuevos es romper con esta lógica y, en cambio, ponen a dialogar los conocimientos de todas las disciplinas unas con otras. De tal suerte que, ante la necesidad de problematizar y de ofrecer soluciones a fenómenos como los del cambio climático y la degradación medioambiental por los que atraviesa el mundo entero se tenga la capacidad de comprender que en ese tema no sólo tienen que ver los aprendizajes y las enseñanzas de las ciencias naturales sino que, además, están involucradas profundamente las ciencias sociales y hasta las humanidades (por los impactos que tienen la actividad humana en los ecosistemas y por cómo los ecosistemas modificados por el humano vuelven a modificar comportamientos y formas de vida en las personas; y así sucesivamente).

Esto, pues (la capacidad de pensar a la realidad en la que habitan los seres humanos como un todo integrado que requiere cierto grado de conocimiento especializado en múltiples disciplinas o campos de estudio que van desde las ciencias físico matemáticas hasta las humanidades, pasando por las ciencias sociales y las biológicas y de la salud) es lo que promueven los nuevos libros de la SEP al hacer que los temas de cada asignatura puedan ser vistos y comprendidos desde más de una aproximación disciplinaria a la vez, y es la razón, también, de que todas las asignaturas aparezcan como revueltas en todos los libros, en lugar de contar cada una con su propio material. A eso —aunque de un modo sumamente básico, adecuado a las capacidades de comprensión de niños, niñas y adolescentes— es a lo que en niveles superiores de conocimiento (licenciatura y posgrado) se le conoce como interdisciplinariedad, y es una de las capacidades intelectuales más difíciles de comprender y de aprender en esas etapas tan avanzadas de la vida escolar de las personas justo porque, hasta antes de la universidad, a las y a los estudiantes se les enseña a aprender y a conocer su mundo de manera disciplinaria, no interdisciplinaria. Y la razón de que ello ocurriera así durante mucho tiempo es, también, clara: había que formar a mano de obra especializada en un campo de estudio para poder satisfacer las necesidades de la producción y el consumo mercantiles del capitalismo en su lógica fordista.

El cambio introducido por estos nuevos materiales de la SEP en el seno del sistema nacional de educación pública, por eso, no es menor: enseña a los educandos y a las educandas formas de pensar mucho más críticas, ricas y complejas que las que hasta ahora se les habían enseñado, y lo hace desde las etapas más tempranas de su vida escolar, en lugar de esperar hasta niveles de licenciatura y de posgrado, cuando ya los defectos de una pedagogía y de una epistemología dogmáticamente disciplinarias han enraizado en la mentalidad de las personas. No es que en niveles básicos de educación se les vaya a exigir como a estudiantes de nivel superior sino que, antes bien, de lo que se trata es de potenciar desde edades muy tempranas formas de aprender que, bajo el modelo educativo actual, siguen siendo reservadas para los niveles más altos de preparación escolar: es la forma de aprender y no el contenido de lo aprendido lo que está en juego.

Y es que creer que a mayor número de páginas en los libros de cada asignatura o que a mayor cantidad de temas vistos por periodo lectivo, las educandas y los educandos tienen mayores posibilidades de aprender más y mejor, por lo demás, es un juicio falaz, en tanto que no hay ningún tipo de relación causal entre la cantidad de temáticas estudiadas (o de páginas leídas en una asignatura) y los conocimientos adquiridos por los y las estudiantes. Hoy en día, las múltiples y diversas crisis por las que atraviesa la humanidad son demasiado complejas como para seguir sosteniendo sistemas educativos públicos nacionales anclados en falsos mecanicismos como estos. De ahí que, a la mayor virtud con la que cuentan los estudios disciplinarios (los altos grados de especialización intelectual y práctica que son capaces de alcanzar) se le deba de sumar, ineludiblemente, el necesario diálogo entre diversas disciplinas para abordar temas complejos y multidimensionales.

Finalmente está el problema de la supuesta ideologización/politización de algunas materias en los nuevos libros. Este tema es demasiado amplio como para abordarse en toda su amplitud aquí. Pero, por lo pronto, valgan dos anotaciones en relación con los temas de género y sexualidad, por un lado; y los de historia, por el otro. Más allá de que a estas alturas de la vida es absurdo seguir creyendo que la educación no tiene nada que ver con la política (o que los niños, las niñas y los y las adolescentes no tienen capacidad de agencia), en relación con los cambios introducidos en ambas temáticas, lo que parece estarse perdiendo de vista en los argumentos de la crítica dogmática que se opone a los nuevos libros de la SEP es el reconocimiento de que los tiempos han cambiado en México y en todas partes del mundo. Y si los contenidos de las ciencias naturales se han venido modificando vertiginosamente a lo largo del último siglo de historia para dar cuenta de esos cambios, no debería de haber motivo o razón alguna para que las ciencias humanas no hagan lo propio.

Esto, en relación con los temas sexogenéricos tratados en los libros de primaria y de secundaria, se traduce en la necesidad de ofrecer a las y los estudiantes aproximaciones mucho más plurales y respetuosas de la diversidad sobre la sexualidad, la identidad y el género que, en este país, están marcadas a sangre y fuego en las familias mexicanas como estigmas o bien de los que no hay que hablar por pudor o bien de los que hay que renegar. En este sentido, por supuesto que los libros de la SEP no tratan de forzar a niños, niñas y adolescentes a ser gais, lesbianas, trans, etc., sino que, por lo contrario, sencillamente apuestan por el reconocimiento de esa realidad y, en consecuencia, por el reconocimiento de que el mundo no se reduce a lo que ya está heteronormado. Acá, en consecuencia, ante reclamos como los de la iglesia católica en el país o los de la Unión Nacional de Padres de Familia, que insisten en denunciar que son temas demasiado complejos y avanzados como para ser absorbidos, por lo menos, por niñas y niños, habría que defender la impartición de una educación pública nacional que no sea concebida como una mera caja de resonancia o una simple correa de transmisión de los valores con los que comulgan algunas familias, pues no es esa, después de todo, la función de las instituciones públicas de educación.

Y, en cuanto a la historia, lo que parece no comprender la crítica actual a los libros de la SEP es que la vieja historia (la de los viejos libros de la vieja Secretaría de Educación Pública) nunca estuvieron exentos de hacer un uso de la historia que fortaleciera al régimen político de esos años: que lo justificara desde su origen y que, en última instancia, lo legitimara. Hoy, lo que hace el gobierno de la 4T no es distinto de aquello. Y no lo es, porque la historia nunca es el mero registro y estudio de los acontecimientos pasados tal y como se cree, desde el presente, que fueron. La historia es, por lo contrario, un sistemático enjuiciamiento de los acontecimientos del pasado hecho desde las necesidades y los problemas del presente. Por eso, a contracorriente de lo que piensa la más rabiosa oposición a la versión de la historia en los nuevos libros de la SEP (esto es: que la historia debería de ser neutral y sólo registrar lo que pasó tal y como sucedió), habría que comenzar a reconocer que la historia es la más política de todas las ciencias sociales. Y eso es exactamente lo que van a aprender estas nuevas generaciones de estudiantes de educación básica.


Ricardo Orozco

Internacionalista y posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante del Grupo de Trabajo sobre Geopolítica, integración regional y sistema mundial, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Premio Internacional Dr. Leopoldo Zea por la mejor tesis de Maestría sobre América Latina o el Caribe (2021) otorgado por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, de la UNAM. Docente de Relaciones Internacionales en la UNAM.


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